Santa Cruz no solo atrae. Gusta y seduce a quien llega y la conoce. Santa Cruz también atrapa, pero, sobre todo, Santa Cruz conquista. Y los que se quedan aquí, no quieren irse o les cuesta marcharse.
Elena Quispe tiene un testimonio personal de su enamoramiento de Santa Cruz. Llegó hace cuatro años de una comunidad paceña atraída por el amor a sus hijos que migraron hace tiempo, con el sueño de días mejores. Comenzó a sobrevivir con la venta de refresco y ahora acaba de comprarse un lote. Hace unos días cruzó orgullosa la Maratón de Santa Cruz de la Sierra con su pollera puesta y la bandera cruceña en una de sus manos. “Amo a Santa Cruz y me quedaré aquí hasta el final de mis días”, exclama sonriente, mientras se divierte con el millón de seguidores de su cuenta de Tik Tok, donde se hizo popular con videos de consejos gastronómicos y de medicina tradicional, varios de ellos ya monetizados con más de 20 millones de reproducciones.
Carlos Caero es el joven hijo del cochabambino que creó e instaló en Santa Cruz de la Sierra hace 60 años el conocido restaurante La Barca. Ya habla con acento cruceño, como muchos hijos de migrantes, y lidera su negocio de comidas nacionales, tras haber conseguido aquí una profesión. A su local no le faltan clientes cambas, collas y extranjeros. Una pequeña muestra del mosaico de bolivianidad y de internacionalidad que exhibe Santa Cruz al mundo.
Demetrio es hijo de un migrante altiplánico que llegó en 1972, atraído por la zafra cañera en el norte cruceño, donde cada año cuatro ingenios fabrican azúcar, alcohol, papel y hasta ron, que generan millones de dólares. Demetrio hoy tiene nueve modernos tractores, cada uno de un valor de $us 200 mil dólares, que sostienen su creciente producción de soya, caña y arroz.
Yo también soy un periodista nieto e hijo de migrantes, que nació en Montero, una de las capitales de las provincias cruceñas de tierra adentro. Mis abuelos tuvieron que migrar de España hasta este lugar por la guerra civil y por el franquismo antes de 1950, sobre todo para darle mejor futuro a mi madre que nació en aquellos años en un campo de concentración de Francia. Mi otro abuelo es un libanés, del que nació en Yacuiba mi padre, un futbolista chaqueño que vive en Montero desde hace casi 60 años. Todos llegaron a esta región cruceña y nunca más vivieron fuera de ella. Como muchos, terminaron conquistados por su magia y están tan fuertemente arraigados que han decidido quedarse aquí hasta el día del inicio de su descanso eterno.
En todas estas nuestras historias hay algo en común. El arraigo y el amor por una tierra que atrapa por dos de sus cualidades principales: la oferta de oportunidades y la hospitalidad.
Que Santa Cruz navega en este momento, como muchas otras ciudades y regiones del mundo, en aguas muy turbulentas y pantanosas, es cierto. Que tiene el reto de hacer de su aparato productivo más eficiente, diversificado, sostenible y respetuoso con el medio ambiente, también es cierto. Que merece un liderazgo político más moderno, lúcido y sensato, por supuesto que sí.
Lo que, sin embargo, resulta innegable es que quien llega aquí siempre encontrará entre los cruceños una mano abierta y lista para ayudar y la oportunidad para comenzar a cumplir sus sueños. Quien quiera trabajar y progresar, en Santa Cruz lo consigue. Y, lo que es más emocionante aún: Santa Cruz te ofrece muchos atributos que te conquistan para siempre.